en Buenos Aires no se consigue
Esto que está aquí, esto que a ustedes les dirá poco y nada, es, ahora mismo, el elemento más preciado de la casa. No sólo el más preciado sino también el más efectivo (dejando de lado, por supuesto, al hombre de esta casa y a quien esto escribe, quienes, vaya a saber uno por qué, no se consideran todavía “elemento”).
Nuestro pequeño héroe se llama “deshumedecedor” (“deshumidificador” es una palabra a todas luces y tinieblas mucho más complicada.)
El punto es que aquello que alguna vez les conté (y ahora haría aquí mismo un linki recordando pretéritos momentos, salvo que citarse a uno mismo es poco decoroso), decía, aquello que alguna vez les conté, aquello de que acá en Lima lo que mata, pero lo que mata en serio -no como en Buenos Aires- es la humedad, es tan cierto como que Argentina debió ganar la Copa América.
Y como hay tanta humedad y como eso a los habitantes en general no les gusta, pues entonces aquí se venden aparatos que la quitan (qué lindo sería el mundo si para todo hubiera aparatitos que quitaran lo sobrante, eh…). Una vez ida la humedad, los 15 grados del invierno limeño se sienten como Dios manda: sin ese frío interior que te hace chillar los huesos.
El proceso interno del aparato, dice el hombre de esta casa, es el inverso al de la heladera. A mí me gustaría contraponerle alguna otra teoría, sólo por molestarlo. Alguna explicación superadora, más compleja y enrevesada, pero lo cierto es que en las discusiones técnicas yo suelo hacer agua. Agua, eso mismo. Como el aparato en cuestión, que lo único que hace es fabricar agua todo el día. ¿Y de dónde creen que sale el agüita? Claro que yes!, de la humedad que hay en el ambiente. Es decir, chupa la humedad y te la devuelve en agua. O sea, tenés el fenómeno de la lluvia pero en tu casa! No me digan que no es la bomba. Igual, ojo eh, que toda la gracia se acumula en un depósito, no vayan a creer que nos anda lloviendo en nuestro living.
Al menos tres veces al día renovamos el depósito. Y el depósito tendrá una capacidad para digamos, ponele, un suponer, cuatro litros. Y sigan sacando cuentas, dijo Paenza, porque en casa no tenemos uno sino dos deshumedecedores. Y digan que nosotros estamos como a 15 cuadras del mar (sí, hay mar en Lima, pequeños ignorantes), porque a la gente a la que el mar le anda cerca, digamos en frente de su casa, la ropa del placard se le malogra. De veras. Se “honguean” los zapatos. Así dicen acá, “honguear”, que sería cuando la cosa se te llena de moho. (vieron? cada ciudad tiene los verbos que les son propios). Entonces, si no enchufás un aparatito de estos en tu casa, la ropa se te vuelve verde. O negra. Es cierto que esto podría servir como método para la renovación del placard. Pero tampoco es el caso.