una pinturita
Un exitazo. Creo que podemos decir que los festejos cumpleañeros del pasado jueves han sido todo un éxito. Gran convocatoria. Bellísima compañía. Estupenda comida y toneladas y toneladas de buen vino. Hay fotos, muchas, del evento. Pero todas ellas se pueden resumir en la misma imagen: copas y copas en primer plano. De fondo, charlas, sonrisas, risas y carcajadas. Si nos ponemos justos, habrá que decir que terminamos todos absolutamente en pedo. Pero la justicia, todos lo sabemos, no se lleva bien con la poesía.
Al día siguiente ensayábamos con el hombre de la casa una suerte de repaso, una pasada en limpio, de los asistentes. Es insólito: hasta tuvimos presencias de personajes mediáticos. Es posible que algo haya tenido que ver la previa presentación del libro del poeta Cisneros. Algunos habrán tomado envión y, salidos de un lugar, fueron entonces al siguiente, donde continuaban de algún modo los festejos. Quién sabe. Mejor no preguntar y sentirse querido.
Volviendo a las notables medidas etílicas de aquella noche, supongo que en ese marco habrá que ubicar el enorme cuadro (un original de Ezequiel, el dueño del restaurante) que me traje a casa al término de la velada. -Elegí lo que quieras, lo que más te guste de la pared y te lo llevás. -No, lo que más me guste no, porque si es por lo que más me gusta, me elijo un cuadro, eh, y no una fotito ni un retratito de estos fotocopiados que andan por ahí. -Que lo que quieras, lo que más te guste, no me rompas, elegí. -Pero que no, Ezequiel, que no. -Pero haceme el favor, decime de una vez. -Es que lo que más me gusta sería este cuadro. -Entonces es este cuadro y se acabó.
Y a desmontarlo de la pared y a llevarlo, entre dos personas, al auto… Qué calor me dio. Qué vergüenza. No tanta como para devolverlo, es verdad... Pero es que, además, mal haría: los regalos entre borrachos, como sus conversaciones, son palabra de honor.