permiiiiso...
Ding, dooong. Así suena el timbre de servicio en esta casa.
Ding, dooong, se escuchó esta mañana. Lorenza ya había llegado, así que no podía ser Lorenza. Además, en nuestro plan “liberemos a la clase oprimida”, Lorenza ya sabe usar el ascensor, así que entra y sale de la casa por la parte principal.
-Quién es?, pregunto yo desde la cocina.
-El jardinero, me responden del otro lado de la puerta.
(-Jardinero? -me pregunto yo para mis adentros-, juraría que en esta casa no tenemos jardín…)
-Quién?-, insisto.
-El jardinero-, insisten también del otro lado, y agregan:- quedé con su marido que vendría hoy.
(Marido? -me vuelvo a preguntar yo- juraría que no tengo marido…)
Pongo cara de qué raro y ahí es cuando Lorenza, que hace una semana ni siquiera me conocía, se acerca y hace complicidad conmigo. Me mira con ojos bien abiertos y me indica que le pregunte de parte de quién viene.
Pero de golpe, y quién sabe cómo porque escasa atención le presto, me acuerdo de una de las doscientas instrucciones que tira a diario el hombre de esta casa y me viene a la cabeza algo así como “le dije al jardinero del edificio que viniera también a nuestra casa, así se ocupa de las plantitas de arriba y de las flores de abajo”.
Jardinero. En fin. Que así estamos. Sin jardín pero con jardinero.
Y jardinero arriesgado!